Garra, fuerza y expresividad es lo que Marifé de Triana transmitía a la copla española. Ese era su sello, la intensidad que provocaba una emoción inmediata a todo aquel que la escuchaba. Ella sentía lo que decía, no sabía fingir sobre las tablas del escenario y, por eso, su interpretación era la realidad pura y dura de la desgarradora vida.
Perfección en temple, arte y compás, que marcó un antes y un después en la historia de la copla española. Nadie se imaginaba que tras la mirada angelical de Felisa Martínez López, se escondía tanto genio y talante. Pero aquella niña nacida en 1936 en la localidad de Burguillos y que pasó su infancia en el arrabal de Triana se convertiría en la gran Marifé de Triana.
Siempre supo que por sus venas corría sangre de artista. Y una vez instalada en Madrid, tras el duro golpe del fallecimiento de su padre, en una época de grandes necesidades para su familia, un giro del destino cambiaría su vida. Canturreando mientras hacía labores de costura con su hermana la descubrió el Señor de Lombardía. Fue entonces cuando dejó su estudios y se dedicó a la carrera folclórica. Y así, con sólo 12 años llegó su debut de la mano de Radio Nacional de España. Momento en el que empieza una nueva era para la copla.
Pronto comenzó a recorrer la geografía española colaborando en diferentes compañías de teatro e interpretando a los clásicos del folclore. Unos comienzos muy duros para esta joven inocente que sola se internó en este complejo mundo, pero que gracias a su fe y a su arte consiguió labrarse una carrera vertiginosa, despuntando como actriz de la canción.
El público la quería porque supo ver la excelencia en esa voz con tanto poderío, tierna y cálida a la par. Corrían los años 50 cuando las puertas del éxito quedaban abiertas para la artista sevillana, un momento en España de cierto aperturismo, con la búsqueda de nuevos talentos y movimientos expresivos. Y allí estaba la nueva voz de la copla, que éxito tras éxito, consiguió destronar a las más consolidadas. Con pellizco flamenco en sus canciones es un género que nunca se atrevió a cultivar por el gran respeto que a él le procesaba. Aún así, sus raíces sevillanas y, sobre todo trianeras, calaron hondo en la folclórica. Se sentía embajadora de Andalucía, tierra que amaba e inspiraba, y con su revolucionario estilo creó escuela para las generaciones venideras.
Aunque discreta y recelosa de su vida privada es sabido que fue una abnegada esposa del poeta José María Calvo, hombre que le dio a Marifé tantos momentos de felicidad. Pero eso era de puertas para dentro, su vida era suya y es como si hubiera dos mujeres.
Aun así, su parcela pública es un referente, una amplia producción de discos, premios y galardones, incluso más allá de nuestras fronteras. Abarcaba todas las tesituras de la canción e intentó, sin mucho éxito, hacer carrera en el mundo de cine. Autocrítica, pero siempre con alegría, afrontaba los nuevos retos que le deparaba la vida.eres en una, como ella reconocía, “La artista se queda en el escenario, cuando estoy en mi casa ya no tengo nada que ver con la Marifé de la canción”. Era una persona sencilla, que se entregó a los suyos y que jamás presumió de lo grande que era.
Desde Málaga, lugar donde residía, nos dice adiós a los 76 años el último de los mitos de la copla. Ahora de luto queda España tras la marcha de la tonadillera. Pero, nadie muere si se le recuerda y aunque su luz se ha apagado no lo ha hecho su voz, que ha quedado inmortalizada en nuestras vidas a través de toda su herencia musical, calidad humana y artística.
Sonia Saco